Ese corazón, un desperdicio es una búsqueda preciosa, por momentos frenética, desencajada, fragmentaria; por momentos paciente, metódica y sólida como un libro de investigación o un ensayo, de ese punto impenetrable, inasible, en el que la experiencia y las palabras llegan a tocarse (si es que alguna vez llegan a hacerlo). Ese corazón, un desperdicio es también la búsqueda sensible y sincera de los orígenes y de los alcances de una voz, es la experiencia de un marinero, como los tres envíados por Ulises a explorar la isla de los lotófagos, que se salva a sí mismo y después de olvidarlo todo, decide reconstruir, bajo sus propios códigos, y a través de la escritura, un yo que brilla y aparece, a la vez que se escurre. Es lo que viene después de la certeza de un final, después de la convicción de que hay que cavar y cavar, en vez de tapar los pozos con tierra para olvidar, incluso a riesgo de encontrarse con la nada. Es también radiografía del desconsuelo, cartografía de la melancolía, autobiografía, ficción y conjuro, escritura sobre la escritura, oda a las cosas más lindas (y más feas) de la vida. Es, frente al claro agotamiento de los dioses viejos, la postulación de dioses nuevos: la música, el micelio, los amigos, la percepción lúcida de lo ínfimo, de los bordes de las cosas. 

Un niño disfrazado de José de Nazaret que agita un palo con vehemencia antes de salir del escenario, avisándoles a todos los presentes que los dioses en los que ellos creen no le alcanzan ni le alcanzarán. Un narrador que, frente a lo establecido de la experiencia y de los recuerdos, los desgrana, los repite, los vuelve otros y se erige como “el rey de un nuevo reino que recién se levantó”. Un viajero, un cazador, con una estampita del Pity Álvarez en la mochila, en medio de la selva nevada, que frente a la amenaza de un oso (el olvido, la vida en automático, la pérdida de la libertad), responde y resiste con literatura. 

Lucila Grossman

˜

Ese corazón, un desperdicio

Denis Fernández

Narrativa / 100 pp.

Ese corazón, un desperdicio

$22.000
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Ese corazón, un desperdicio es una búsqueda preciosa, por momentos frenética, desencajada, fragmentaria; por momentos paciente, metódica y sólida como un libro de investigación o un ensayo, de ese punto impenetrable, inasible, en el que la experiencia y las palabras llegan a tocarse (si es que alguna vez llegan a hacerlo). Ese corazón, un desperdicio es también la búsqueda sensible y sincera de los orígenes y de los alcances de una voz, es la experiencia de un marinero, como los tres envíados por Ulises a explorar la isla de los lotófagos, que se salva a sí mismo y después de olvidarlo todo, decide reconstruir, bajo sus propios códigos, y a través de la escritura, un yo que brilla y aparece, a la vez que se escurre. Es lo que viene después de la certeza de un final, después de la convicción de que hay que cavar y cavar, en vez de tapar los pozos con tierra para olvidar, incluso a riesgo de encontrarse con la nada. Es también radiografía del desconsuelo, cartografía de la melancolía, autobiografía, ficción y conjuro, escritura sobre la escritura, oda a las cosas más lindas (y más feas) de la vida. Es, frente al claro agotamiento de los dioses viejos, la postulación de dioses nuevos: la música, el micelio, los amigos, la percepción lúcida de lo ínfimo, de los bordes de las cosas. 

Un niño disfrazado de José de Nazaret que agita un palo con vehemencia antes de salir del escenario, avisándoles a todos los presentes que los dioses en los que ellos creen no le alcanzan ni le alcanzarán. Un narrador que, frente a lo establecido de la experiencia y de los recuerdos, los desgrana, los repite, los vuelve otros y se erige como “el rey de un nuevo reino que recién se levantó”. Un viajero, un cazador, con una estampita del Pity Álvarez en la mochila, en medio de la selva nevada, que frente a la amenaza de un oso (el olvido, la vida en automático, la pérdida de la libertad), responde y resiste con literatura. 

Lucila Grossman

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Ese corazón, un desperdicio

Denis Fernández

Narrativa / 100 pp.